No debe parecer extraño que una escuela para niñas, niños, y jóvenes, incorpore también una Escuela para Madres y Padres.
En la vida de un individuo en crecimiento y desarrollo, se entrecruzan varias realidades. La primera se manifiesta con la vida en el hogar, en donde, idealmente, la infancia se desarrolla plena de interacciones familiares donde se aprende viendo, escuchando, sintiendo, comparando, y preguntando. Es un tipo de educación y aprendizaje no estructurado, ya que cada familia es un universo independiente que posee sus propias particularidades, algunas valiosas y sublimes, y otras no tanto.
De esta forma, niñas y niños aprenden desde muy temprana edad a reaccionar de ciertas maneras frente a determinados estímulos, frente a determinados tonos y volúmenes de voz, circunstancias, o frente a ciertas palabras en específico. Por crudo que parezca, en este respecto, nuestro cerebro funciona de la misma manera como los hacen los animalitos cuando deben aprender determinadas reglas de convivencia, o maneras de interactuar con los demás. Si nuestra madre o padre les tienen terror a las arañas, hay una gran probabilidad de que esto se conserve en las generaciones más jóvenes. No es que esté determinado que así sea, pero se puede decir que va a existir una tendencia para que esto ocurra, ya que el sistema nervioso que está en acelerado desarrollo durante la niñez, va incorporando las experiencias de vida como si de un inventario de relaciones se tratase: araña = miedo.
En otras familias, las arañas pueden ser criaturas que, si bien vale la pena considerar con respeto, no provocan reacciones de miedo o estrés. Pero puede ser que las cucarachas, sí lo hagan. Que exista un miedo a las infecciones, una excesiva consideración por la limpieza y el aseo, y los niño/as crezcan aislados, como en un mini-burbuja, prevenidos de enfrentarse con elementos del ambiente que, lejos de ser amenazas reales, muchas veces son parte de las interacciones que el sistema nervioso y el sistema inmunológico necesitan, para ir acomodando sus respuestas defensivas e inmune.
En el aspecto más cognitivo, las conversaciones, las opiniones, los pareceres, y las creencias de la familia, terminan transformándose en una especie de reglas o normas implícitas, prohibidas de transgredir o de tener una opinión divergente, incluso antes de que las niña/os puedan siquiera saber algo más al respecto. Es decir, es como si alguien nos dijera permanentemente: “Esto es así, independiente de lo que tu creas, o pienses”.
Como vemos, un breve y superficial vistazo a lo que ocurre al interior del hogar durante nuestra infancia temprana, nos da una idea de lo importante y definitorio que es este periodo para determinar las primeras impresiones que tenemos del mundo en que vivimos. Es aquí donde se cimientan gran parte de nuestras certezas, que luego se transforman en verdades, que se asientan como los pilares fundamentales de nuestro pensamiento.
Resulta evidente, que frente a un procesos desestructurado como este, azaroso y que depende de lo que cada madre o padre lleve consigo como resultado de su propia infancia y desarrollo adulto, pueda no contemplar un cuidado consciente de qué es lo que niñas y niños escuchan, sienten, aprecian, o terminan por creer.
Es así como crecemos al alero del techo familiar, en un caos de estímulos e interacciones que el cerebro y el sistema nervioso deben organizar de alguna manera. ¿Y cómo es que el cerebro hace esto? De manera muy simple: termina creyéndole a aquello que más se repite o se conserva.
Si nuestras madres discuten y pelean con nuestro padres permanentemente, se insultan, ofenden y se tratan mal, o hasta lleguen a golpearse (independiente que después, en privado se reconcilien), el cerebro de lo/as niño/as asume que esa es la “manera correcta” de interactuar y comportarse frente a las dificultades que podemos tener con otras personas, o frente a las diferencias de opinión que podamos tener con la/os demás.
Para le EcoEscuela Científica Ambiental, es de suma importancia contar con la complicidad y el trabajo colaborativo de la familia, y en especial de madres y padres, en brindar un contexto apropiado para los aprendizajes.
Una cosa es mostrar y describir: “A eso que está ahí le llamamos «árbol»; es un ser vivo como nosotros/as, pero diferente en muchos aspectos; a esas prolongaciones más delgadas que surgen del eje principal les llamamos «ramas»; y a esas terminaciones de aspecto más suave, ovaladas, puntiagudas y de color verde, las reconocemos como «hojas»”; otra cosa es imponer de partida una manera específica de pensar respecto del árbol: “Ese «árbol» que está ahí, hay que cortarlo porque se puede caer sobre la casa; también da frutos que podemos comer o vender, y su madera sirve para hacer leña, y fuego para abrigarnos. Y también la podemos vender”.
Ambas maneras de decir son correctas, en otras palabras, no se ha dicho nada que sea falso con respecto a un determinado árbol, pero la primera manera de hablar de él, lo posiciona como un ser vivo con determinadas características que podemos observar, mientras que en la segunda, el árbol es un instrumento, algo con cierta utilidad que puede hacer el bien (como alimentarnos o proveernos de recursos monetarios), o el mal (que destruya nuestra casa).
No es tanto una cuestión de lo que se diga, sino más bien de cuándo (en qué orden), y cómo (de qué manera) se diga.
Cada vez que decimos algo, damos a entender alguna cosa, y lo que se entiende depende principalmente de quien escucha, más que de quien lo dice.
Cuando nos olvidamos de este detalle, solemos creer que la/os demás entienden exactamente lo que nosotros queremos decir, pero esto no siempre suele ser así. Más bien, pocas veces lo es. Especialmente, cuando nuestras maneras de comunicar pueden ser confusas, usando términos inapropiados, o sencillamente erróneos, o incorporando juicos de valor (o de verdad), o el deseo de instalar nuestras ideas a través de nuestros decires.
Por todo esto, se hace más que evidente lo importante que es el cuidado y atención que se debe tener durante los procesos de aprendizaje de la infancia temprana. Lamentablemente, es aquí cuando solemos ser más descuidados al pensar que, como las/os niña/os son chica/os, todavía no es importante para ello/as.
¡Muy por el contrario! Es cuando más importante es para ella/os.
A través de una Escuela para Madres y Padres, la EcoEscuela Científico Ambiental pretende brindar apoyo a la familia para que conserve una especial atención a los procesos comunicativos, cognitivos y emocionales que se dan al interior del hogar. Conocer, en alguna medida, cómo se desarrolla y cambia el cerebro durante la infancia, pubertad, y adolescencia, pueden ser herramientas útiles para aprender a ser mejores padres y madres, entendiendo desde una perspectiva diferente, lo que puede estar ocurriendo al interior de las personas durante su infancia y desarrollo posterior.
Muchas de las dificultades comunicativas y sociales que manifestamos las personas cuando somos más grandes, provienen de aquellas cosas o maneras de pensar, que vivimos o experimentamos en nuestro desarrollo temprano, y que nuestro cerebro consideró, equívocamente, como ciertas.
Siempre será más fácil atender con mayor atención y cuidado estos procesos tempranos, que intentar corregirlos más tarde, cuando ya llevan años de haberse estabilizado, e instalado en nuestra manera de ser, y de autovalidarnos con el resto de maneras poco sanas.